jueves, 20 de agosto de 2009

Señales de ruta y Caviativá



http://lamovidaliteraria.com



Señales de ruta
Selección y prólogo de Juan Pablo Plata.
(Antología de cuento colombiano)
Arango Editores. 235 páginas. (17 cuentos)



"Señales de ruta reúne a un colectivo y dieciséis narradores colombianos dignos de los primeros años de un siglo y milenio, para que se unan al grupo de exploradores del abismo que se presenta en las letras hispanoamericanas". (Enrique Vila-Matas.)
Autores y cuentos en la antología:
Carolina Alonso (1972) / Gato traidor.
Liliana Carbone (1972) / Cárcel blanca.
Andrés Burgos (1973) / El cuadro del abuelo.
Ignacio Piedrahíta Arroyave (1973) / Terapia.
Diana Ospina Obando (1974) / Equipaje de mano.
Gabriela Santa (1975) / Human nature.
María Castilla (1975) / Entre las estaciones centrales
Javier Arturo Moreno (1977) / Cricket.
David Roa Castaño (1977) / Yo también.
Juan Álvarez (1978) / 31 de diciembre de 1999.
Juan Sebastián Cárdenas (1978) / Combustión espontánea.
Gerardo Ferro Rojas (1979) / La comunidad del autobús.
Orlando Echeverri Benedetti (1980) / La noche sin balas.
Johann Rodríguez-Bravo (1980-2006) / Teoría de la muerte.
Rubén Varona (1980) / Un vuelo de algo con alas de polvo.
Sebastián Pineda (1982) / La decadencia de lo bacano.
Las filigranas de perder / Siete hierbas y un gatito.


Narrativa Arango Editores

Caviativá
Mauricio Loza

Arango Editores. 333 páginas.



¡Caviativá! (o cómo desaparecer completamente) de Mauricio Loza. (Arango Editores). "Sexo, drogas psiquiátricas y rock and roll". Rolling Stone "Oh, claro que les gusta; es solo que todavía no se han dado cuenta ". Ano Nimo.

Caviativá es una novela sin comparación dentro del panorama de la literatura colombiana. Con una ágil mezcla de humor e irreverrencia, la historia lleva al lector por el lado más perverso de la condición humana. Entre sectas milenaristas y un seropositivo convertido al raelianismo, deambula por los sentimientos inciertos de este comienzo de sigo.

Primer capítulo: Caviativá de Mauricio Loza

1

Por Mauricio Loza


And now I know how Joan of Arc felt,
now I know how Joan of Arc felt
as the flames rose to her roman nose
And her walkman started to melt -Bigmouth Strikes Again – The Smiths
Mi nombre es Milton Porras,
Tengo veintiséis años y llevo este nombre desde hace tres semanas.
Y estoy muerto.
Estoy muerto en el sentido en que si Cien Colombianos Dicen que estoy muerto, entonces, estoy muerto.
Solo por si acaso, este no es uno de esos libros en que los muertos hablan en voice over acerca de nutritivas lecciones de vida. O de cómo se encontraron con sus seres queridos y amigos mas allá de la luz blanca al final del túnel. Verán, es sencillo, no me he encontrado con la desgracia de padres que tuve en vida o con mi mejor amigo porque aún no me he bañado en el resplandor al final del túnel y la verdad, dudo que haya algo como un mas allá. Espero que no haya un mas allá. Y no, este no es un libro lindo y conmovedor, un relato para que lo guarden en su mesita de noche o en un lugar especial cerca de su corazón. No me puse a escribir este morro de hojas para cortejarlos y enamorarlos, porque ni los conozco ni me importan.
Y si todavía se creen florecitas, salten a la última página de este libro, arruinen la sorpresa, y vayan a que Paulo Coelho o a que Deepak Chopra las rieguen con sus páginas de auto superación.
Okay.
La cosa es así: estoy muerto y sé algo que ustedes no saben.
Tengo el cerebro repleto de Ativán1 y de cosas que ustedes no saben.
Pero, shhhh, ésto es sólo para ustedes.
En términos forenses estoy en el nivel 2 de la Escala Crow-Glassman, lo cual implica quemaduras de segundo y tercer grado en poco menos de un tercio de la superficie cutánea total.
Ok, bien, ¿y quién soy yo?
Soy un pervertido en un spree anárquico por salvar su alma.
Soy la caja negra de un desastre espiritual.
Soy un muerto viviente.
Ajá, soy un muerto viviente que oye a medias por un oído. Que tiene un chicle de bienestarina y pólvora en la boca y una mano pintada en sangre en el cuello.
Ahora, un consejo: Estén bien atentos a estos detalles. Esto puede hacerles la vida más fácil de aquí en adelante. De paso, puede que hasta les mejore sus relaciones de pareja.
Recuerden: los detalles, todo está en los detalles.
¿O saben qué?, mejor no le pongan atención ni a estas nimiedades ni a los personajes secundarios. Al fin y al cabo este libro está escrito en primera persona, es mi limitado punto de vista, y se trata de mi. Mi-mi-mi.
Bien, volviendo al tema, tengo que decirlo, este tipo de cosas –lo de ser un muerto viviente, la sordera, el chicle, todo eso–, suceden cuando a tu mejor amigo se lo han llevado los extraterrestres.
En serio. Supongo que éstas cosas pasan cuando empiezas a vivir tu tediosa vida en cuenta regresiva.
Bien. Después de mi ...3...2...1... Houston we have a problem, traté de relajarme y me tomé este asunto con la Congregación para la Cristiandad Dinámica como un proyecto de eutanasia amateur para las masas. Como un experimento de dominación espiritual.
Repitan esto: Eutanasia-amateur-para-las-masas.
Pero que contemporáneo.
¿Cuánto Ativán puede caber en un solo cerebro?
Ejem, bien, podríamos enredar todavía más todo este enredo abordándolo con algo trillado como "ésta es la historia del tipo que logró suicidarse dos veces" o algo por el estilo, pero nos estaríamos saltando lo realmente importante.
Como por ejemplo el dolor.
Sí, el dolor es un buen principio.
Mucha gente no lo cree, pero uno podría morirse de dolor.
Literalmente.
En términos clínicos, el dolor es una alarma biológica, es la señal de que algo está realmente mal.
El dolor es el signo de nuestra salvación, decía Caviativá.
Clínicamente hablando, si un dolor es muy intenso y prolongado el cuerpo entra en un default de emergencia.
El cerebro secreta hormonas como la CRF o la ATCH, azúcares como los glucocorticoides, cantidades industriales de cuagulantes y adrenalina durante un lapso de tiempo prudencial y, al llegar el momento de agotamiento químico, el cuerpo entra en un shock traumático que baja lentamente la tensión. Ahora escuchen que viene lo importante: Una baja de tensión implica distensión del sistema circulatorio, lo cual obliga al corazón a trabajar a doble ritmo, triple ritmo, cuádruple ritmo, tratando de bombear sangre por un laberinto de arterias desinfladas. Lo cual se prolonga hasta que el esfuerzo cardíaco dispara una fibrilación ventricular que causa la muerte.
En términos generales. O por lo menos eso me dijo G, mi mejor amigo, que estudió cuatro semestres de medicina antes de enterarse que era sero positivo. Y de irse a Sirio.

Hay que aclarar que después de agotar los recursos químicos, ni siquiera se siente dolor, los dedos se te enroscan y sólo hay frío. En estas cuestiones muchos expertos opinan que el factor psicosomático es muy importante; en momentos de dolor extremo casi cualquier individuo entra en pánico pues teme por su vida. Y el miedo acelera el proceso de shock.
Mucha gente no lo cree, pero entonces uno podría morirse del susto.
La cuestión es que si uno no teme por su vida, puede relajarse y disfrutarlo. Hacerse amigo de su dolor.
El dolor es como todo, pregúntele a un budista.
Lo importante del dolor es la intensidad. A la larga, es como comer muchas latas de leche condensada.
El dolor es mi amigo y me regocijo en su compañía, decía Caviativá.
Al principio mi dolor fue un cosquilleo leve, como anticaspa medicado eferveciendo en mi antebrazo. Por un momento oí una canción de los Smiths en mi cabeza:
Now I know how Joan of Arc felt, when the flames rose to her roman nose and her walkman started to melt. Pensé en el walkman que tenía atado a la barriga con cinta aislante. Y fue ahí, envuelto en un gargajo gigante de acrílico hirviente, viendo cómo se me templaba la piel y cómo los vellos de los brazos comenzaban a encresparse y encogerse, cuando me sorprendió el dolor de verdad.
Volviendo a lo del shock, en casos de peligro extremo y como un último sistema de defensa, el organismo retira la sangre acumulada en el cerebro de un solo tirón produciendo un desmayo.
Lo disfruté.
Soy masoquista –desde mi retorcido punto de vista–, en el sentido en que por más que lo intente ningún castigo va a ser suficiente.

Ajá, todo es una cuestión de perspectivas y de puntos de vista. Vistos muy de cerca todos somos bebés. Bebés obsesionados con el crecimiento personal. Niños gigantes en busca de cualquier cosa que se encargue de nosotros y nos mantenga distraídos. De un dios, unos padres, una esposa o un empleo. Y yo siempre quise deshacerme de mis padres, de Dios, de las mujeres, de los hombres y de las responsabilidades. De cualquier estorbo. Pero igual, todos terminamos como bebés regordetes, coartados por las expectativas que ponen en nosotros y mutilados por el éxito profesional.
Bebés a los que les amputaron la conciencia y la intuición.
Nenes inmundos en la colección de Garbage Pail Kids de G.
Objetivamente, nuestro problema es que somos una generación obligada a no poder ser nada. Una generación que creció en el desencanto, viendo como ninguna de las opciones que nos dejaron funciona realmente. Así que para nosotros no hay más: la anestesia o el dolor.
Si es la anestesia pueden seguir mutilándose como los Garbage. Si es la otra, hagan lo que quieran: métanse de chamanes, métanse dieciséis líneas coca, desdóblense, mastúrbense hasta el cansancio, leviten. Si algo queda claro es que nuestro desasosiego es espiritual.
Es una lástima pero uno ya no puede pretender sentarse en loto un cuarto de hora al día, darle al switch de la kundalini y listo.
Iluminación.
El chamanismo y la danza rítmica sencillamente no van a funcionar. Es como poner a hacer yoga a Jimmy Salcedo. Es perfectamente equiparable a poner a meditar a un vegetal.
Ahora la iluminación requiere de quimioterapia espiritual, algo para sacarse la costra de anestesia social que traemos encima.
Así que aquí estoy, Crow-Glassman 2 y mambeando un chicle de bienestarina y pólvora en un cuartucho de cuatro por cuatro. Si contamos a los cadáveres que tengo a lado y lado, juntos debemos parecer una trinidad mutilada. Ahora piensen: yo, el hijo único de un Senador de la Republica y ex-Ministro de Justicia, el nieto de un ex-presidente, mascando la comida de los pobres. Esto es lo más cercano que vamos a estar de tener justicia social en este país.
Retomando el tema de los cadáveres, Rocío, –el cuerpo número uno–, es una mezcla de carne viva con patines y medias veladas dentro de un vestido de porrista. Los patines son de esos de dos, no de los rollerblades. Su quijada parece gelatina por la osteomielitis mandibular. Por otro lado Omar Nelson, –nuestro cadáver número dos–, bueno... la mayor parte de la cabeza de Omar Nelson y uno de sus brazos quedó regada por las paredes del cuarto.
¿Y dónde estoy?
Esto debe ser el quinto piso de una edificio abandonado, excepto por una plaga de bazuqueros que viven un par de pisos más arriba.
He estado pelando capas y capas de papel de colgadura y todo parece indicar que este lugar alguna vez fue el cuarto de un niño, o un salón de colegio, no sé. Y ya no importa, uno de los lujos de estar a punto de morirse es que nada importa realmente.
Pero siempre es así, cuando quieres una cosa te dan precisamente lo contrario.
Nuestro sacrificio es dar nuestras vidas para resucitar a los muertos, diría Caviativá.
Y si lo que queríamos era desaparecer, puf, todo lo contrario.
Inmortalidad.
Cuando vayas a la cocina en la madrugada y abras la nevera, mi cara en el segundo anaquel, al lado de la mantequilla y los huevos.
Al darle un mordisco a una arepa con queso, con la boca llena de café o cereal, o mientras escoges entre deslactosada, descremada o larga vida en el mercado, mi foto de anuario en un cartón de leche que dice:

...¿le ha visto?
Tiene 26 años, ninguna señal particular. Su familia lo vio por última vez la noche del 13 de mayo.
Desapareció junto con otros miembros de la Congregación para la Cristiandad Dinámica.
Supongo que todo termina así.
Inmortalizados hasta agotar existencias en las estanterías de lácteos de los supermercados.
En cada caja de leche un epitafio.
Un obituario público antes del noticiero de las siete.
Volviendo a la vida real, este edificio –una de las glorias arquitectónicas planteadas por Le Corbusier para la grilla occidental de Bogotá a finales de los años cincuenta–, terminó convertido en un antro de 12 pisos. Mis vecinos, que por lo general pueden seguir en su viaje aún nadando en un colectivo de desechos, se levantaron hoy decididos a encontrar la rata o la paloma o el gato muerto que los tiene rebotando de este lado del planeta.
Todos putean con sus voces carrasposas y corren de lado a lado arrastrando los colchones y los pocos muebles que pueda tener un drogadicto profesional, mientras buscan la fuente del olor a mortecina que viene inundándoles el edificio desde hace días.
Yo, yo solo masco mi chicle cada vez más rápido, rogando por un envenenamiento.
Afuera escucho el estruendo de las sirenas de la policía y de una ambulancia. Clavo los dedos de las manos en el colchón y hago lo que puedo por caer muerto.
Hago lo posible por desaparecerme. Como el resto de la congregación.
Hace una semana todo el mundo empezó a esfumarse misteriosamente. Sólo me dejaron un costal con bienestarina de sobra y varias cajas de leche impresas con las caras de los compañeros de la Congregación. La principal evidencia de la derrota en nuestro descabellado proyecto sobre cómo desaparecer completamente.
Durante la primera semana en este cuarto, Gladys me mantuvo de este lado a punta de Ativán.
El Ativán es para niñas. La Clozapina, esa si que te revuelve los sesos, decía G.

Ansiolíticos, mañana, tarde y noche.
De ahí en adelante me dio un poco de harina y miel para hidratar y desinfectar las ampollas, nada más. Me contó de los planes que tenían para la muerte. De la legión que querían organizar. Me contó que también estaban atendiendo al resto de miembros heridos en otros tres refugios.
También mencionó algo de una división dentro de la congregación y de la purga que había empezado Omar Nelson para evitar que se destapara la olla.
El segundo jueves Gladys y Néstor trajeron a Rocío y dijeron que había tres cuerpos más que tendrían que esconder. Y afortunadamente para mi nariz ese segundo cargamento de cadáveres nunca llegó. Por favor noten cómo a la hora de compartir habitación con dos cadáveres me importa mi nariz y no mi puerca salud mental, que por cierto la perdí hace rato.
Gladys nunca volvió y Néstor regresó hace una semana y me dejó el costal del que he estado comiendo los últimos días. Y esa fue la última vez que vi a alguien.
Okay, okay, no fue la última vez que vi a alguien, pero sí a alguien que quisiera ver, porque después de eso ningún otro muerto viviente volvió a aparecerse por aquí aparte de Omar Nelson con un changón y su cuentico de la purga.
Vea sidoso, han pasado tres semanas y todavía no nos pillan, ¿puede creerlo? Me dijo.
Y yo no soy el del Sida, el sero positivo es G.
En fin...
El problema de estar realmente solo es que si uno se queda en silencio el tiempo suficiente, se le empiezan a salir frases tan ridículamente existencialistas como:
En el fondo creo que viví tan asustado de la vida que me resulta imposible tenerle miedo a la muerte.

Basura trascendental.
Y ya que hablamos de problemas trascendentales, no puedo evitar pensar en la frase favorita de mi padre:
Hijo, ten cuidado en distinguir lo urgente de lo importante.
Pues hice mi tarea.
Lo urgente en este momento –o mi mayor problema–, es que me tengo que morir rápido.
Lo importante –que generalmente coincide con el problema de verdad–, es que si no me muero antes de que me encuentren, mi actual situación va a tener una gran difusión en los medios de comunicación.
Y entonces ustedes se enterarían de lo que yo sé.
De todo el concepto de la resurrección y el Juicio Final. Y por extraño que parezca, en esta filosofía no es lo mismo ser cadáver que estar muerto.
Confuso, ¿eh?
Si les preguntan que es esto, solo digan: Es una reacción alérgica a la civilización humana. Miedo y asco en la era de la globalización, jugo de Naranja Mecánica, Latin-American Psycho. Un relato sobre como desaparecer completamente y no morir en el intento. Con todo lo torpe y estúpido que puede ser tratar de desaparecer completamente tratando de no morir en el intento. Pero tal vez nadie les va a preguntar y a ustedes no les interesa nada de esto, a ustedes les interesa quien soy yo.
Mi nombre de nacimiento, el de verdad, el que acompaña a la foto en la caja de leche, es Nicolás Ruiz. Y no, no estoy muerto. Esa es solo una línea que me gusta repetir. Pero créanme que después de haberme suicidado dos veces me lo he ganado. Con honores.
Me llamo Nicolás Ruiz, tengo veintiséis años y Caviativá nos jodió. Nos jodió a todos, nos dejó solos. No es un reproche, pero si hubiera estado aquí todo esto tendría que haber sido diferente.
Y pese a que el Ativán todavía me está pateando la cabeza, no sé donde oí que algunos tipos de pólvora no son venenosos.


Caviativá y Señales de ruta están disponibles en todas las librerías del país
Bogotá:
Biblos Librería(Av. 82 # 12A-21. Teléfono:218 1831)
Panamericana (Librería y Papelería. Todas las sedes)
Librería del Fondo de Cultura Económica- Centro Cultural Gabriel García Márquez.
Prólogo Cafe y libros (Calle 96 # 11 A - 46, Teléfono:7578069)
Librería Lener (Norte Cll 92#15-23. Centro:Av. Jiménez # 4-35 Teléfono: 2430567)
Librería Nacional
Librería Universidad Nacional (Carrera 7ma con Calle 20. Plaza de la Nieves)
Librería Universidad Sergio Arboleda (Cra 15 # 74-40.)
Haiku Libros ((Calle 45 # 14-67 2 piso)
Abrapalabra Libros (Carrera 35 No. 52-54 )
Librería Científica (Calle 49 # 50- 21 Piso 16 OF 1602)
Alejandría Libros (Centro Calle 18 No. 6-30 Teléfono: 3421359)
Librería Central (Cl. 94 # 13-92)
Librería El Dorado (Aeropuerto)
Librería Zamora. (Cra 5 No. 19-16)
Esperanza Utópica (Carrera 7 No. 70-18. Teléfono: 3123412)
Lemoine Editores (Transversal 14 # 128-90 Teléfono:6272032-6272034) .
Cartagena de Indias: Abaco. Libros y Café.
Manizales: Libelula Libros.
En todas las librerías en Medellín (Librería Eafit), Barranquilla y Cali, etc.)

martes, 25 de marzo de 2008




Señales de ruta.


(Antología de cuento colombiano)


Arango Editores. 2008. 235 páginas.


(17 cuentos)

Selección y prólogo de Juan Pablo Plata.


Señales de ruta reúne a un colectivo y dieciséis narradores colombianos dignos de los primeros años de un siglo y milenio, para que se unan al grupo de exploradores del abismo que se presenta en las letras hispanoamericanas. (Enrique Vila-Matas, dixit.)


Resta la lectura morosa para hacer el juicio de los autores incluidos con el favor de la crítica, los lectores y el mejor juez literario: el tiempo. Todos los autores de Señales de ruta tienen un tiquete sin destino.


Carolina Alonso (1972) / Gato traidor.

Liliana Carbone (1972) / Cárcel blanca.

Andrés Burgos (1973) / El cuadro del abuelo.

Ignacio Piedrahíta Arroyave (1973) / Terapia.

Diana Ospina Obando (1974) / Equipaje de mano.

Gabriela Santa (1975) / Human nature.

María Castilla (1975) / Entre las estaciones centrales

Javier Arturo Moreno (1977) / Cricket.

David Roa Castaño (1977) / Yo también.

Juan Álvarez (1978) / 31 de diciembre de 1999.

Juan Sebastián Cárdenas (1978) / Combustión espontánea.

Gerardo Ferro Rojas (1979) / La comunidad del autobús.

Orlando Echeverri Benedetti (1980) / La noche sin balas.

Johann Rodríguez-Bravo (1980-2006) / Teoría de la muerte.

Rubén Varona (1980) / Un vuelo de algo con alas de polvo.

Sebastián Pineda (1982) / La decadencia de lo bacano.

Las filigranas de perder / Siete hierbas y un gatito.

Prólogo

Por Juan Pablo Plata

Sin extenderme en el lugar común exculpatorio de las antologías por haber dejado fuera en mi selección cuentos y autores importantes, presento, sin más, a un colectivo y dieciséis autores colombianos nacidos después de 1970, reunidos en la antología Señales de ruta.

Maduros en su proceso vital y literario, los autores seleccionados parecen desleír las teorías sobre el cuento de los maestros del género narrativo—Poe, Quiroga, Cortázar, Anderson Imbert, etc—con el olvido de ensayos y decálogos que antes eran preceptivas y guías fijas, para ser hoy pequeñas sugerencias. La libertad en voces, tonos y referencias mass media o transculturales permiten cuentos con enriquecedoras menciones televisivas, cinéfilas y librescas, entre otras; cuentos infractores de las señas dadas por los maestros, por intimistas, por usar lenguajes de otras artes, diálogos rápidos y un humor negro en su mayoría, apto para lenitivo de lectores escapistas o bien para aterrizar a estos mismos y hacerlos volver a la realidad.

Con desbordado optimismo espero ver el canon de la literatura colombiana afectado por este volumen en algunos años. Tengo una fe ciega en los cuentos y los autores seleccionados porque saqué el ripio y dejé lo divertido, lo lustroso para mostrar una camada digna de los primeros años de un siglo y un milenio. Siglo y milenio agitadores de los ánimos de muchos con las especulaciones sobre las guerras, las enfermedades, el medioambiente, asuntos tecnológicos y virajes sociopolíticos de la nueva era. En lo personal una duda, que por menos urgente no más importante, me asaltó sobre cómo sería la literatura colombiana en los tiempos por venir, si habría renacimientos, estancamientos o novedades, si el cuento volvería a ser la apuesta de los autores y los editores.

La respuesta me llegó cuando Arango Editores me propuso hacer una antología de cuento y descubrí más de un centenar de escritores en el proceso de selección en mis lecturas de narraciones de diletantes, novatos, escritores profesionales, hombres y mujeres, colombianos en la diáspora con historias impresionantes, conmovedoras, risueñas, llenas algunas de una sencillez opulenta en vida y gran valía literaria.

Me sorprendió ver otras realidades contadas aparte de la tendencia por temas como la violencia y el narcotráfico o la denominada pornomiseria; hallé otras historias de personajes impiadosos en Equipaje de mano de Diana Ospina; escapistas, sufridores del desamor y gozadores de amplias pero extrañas alegrías en los cuentos Terapia de Ignacio Piedrahíta Arroyave— autor de la sobresaliente novela Un mar—, Yo también de David Roa Castaño, Human nature de Gabriela Santa y Entre las estaciones centrales de María Castilla. La picaresca del rebusque en la venta de arte falsificado y de poca monta en El cuadro del abuelo de Andrés Burgos; el oficio de traductor y negro literario del protagonista de Combustión espontánea de Juan Sebastián Cárdenas son complementos de tramas con asuntos turbios, paranormales y de hondura en las fibras humanas más allá de la anécdota y la broma.

Con argumentos dispares van los cuentos La decadencia de lo bacano de Sebastián Pineda Buitrago, situado en un espacio clásico romano con una bacanal desaforada a finales del imperio y Gato traidor de Carolina Alonso; padecen igual contraste frente a las otras creaciones el cuento Cricket de Javier Arturo Moreno y Cárcel blanca de Liliana Carbone, ambos con argumentos en que los seres son extranjeros, emigrantes, seres encerrados, en una posición fuera de lugar sin oportunidad de adaptación ni espacio en el nicho deseado. La iniciación sexual es el tema de La noche sin balas del Orlando Echeverri Benedetti, quien junto a Gerardo Ferro Rojas son las dos grandes revelaciones de escritores desde de la costa caribe. El trío Las filigranas de perder y Juan Álvarez tienen el saber propio de aquellos buenos contadores de historias sumado al uso del dialecto bogotano en el primer caso y mexicano, bogotano, chilango y más en el segundo. Lo policíaco corre por cuenta de Rubén Andrés Varona en Un vuelo de algo con alas de polvo.

Resta entonces la lectura morosa para evitar atafagos entre tanta variedad y esperar no muchos entuertos, para hacer el juicio de los autores incluidos en la antología con el favor de los lectores, la crítica y el mejor juez literario: el tiempo.


Juan Pablo Plata. Literato. Enfermo del Mal de Montano con indicios del mal de Boswell. Editor de la revista La Movida Literaria ( http://www.lamovidaliteraria.com/) Libros: Umpalá. Sic Editorial y Señales de ruta, Arando Editores, 2008. Órdago fijo.

Narrativa Arango Editores

¡Caviativá! o cómo desaparecer completamente de Mauricio Loza.

www.caviativa-lanovela.com

El último duelo de Eccehomo Cetina

Los parientes de Ester de Luis Fayad.